Van Morrison dijo una vez que cada uno de sus discos eran como cartas que mandaba a casa para que tuvieran noticias suyas. En esta canción es él mismo el que vuelve a su hogar para impregnarse de nuevo de sus raíces irlandesas, más influyentes en su obra de lo que aparentemente podría parecer en un músico que desarrolló su carrera en el rock, el rhythm and blues y otros géneros emparentados con la música afroamericana. El título, de resonancias casi mitológicas, coincide con el del primer disco de Pink Floyd en 1967 (en la época en que la mente lujuriosamente alocada de Syd Barrett todavía estaba en condiciones de pilotar la nave de la psicodelia). Solemne, profundo, conmovedor. El tema de Van Morrison resuena bravo y austero como un poderoso himno al amanecer, a la naturaleza y a la vida cambiante.
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