Quizás uno de las claves del triunfo de la cultura norteamericana a lo largo del siglo XX estriba en el enorme respeto que ha mantenido a sus creadores, independientemente de los orígenes, el estilo y la carrera de cada uno. Hubo un racismo espantoso, es cierto, pero incluso con el tiempo los grandes artistas afroamericanos encontraron su lugar al sol. En el terreno propiamente musical los grandes compositores norteamericanos lo han sido por encima del género que practicasen y han podido convivir sin excesivas estrecheces Leonard Bernstein, Aaron Copland, John Cage, Duke Ellington, Cole Porter, Ornette Coleman, Carole King o Jimi Hendrix.
Europa es esclava de su prolífica historia. En Europa las fronteras culturales siempre han estado bien definidas y la música de élite ha marcado claramente sus diferencias con respecto a la "despreciable" música popular y no digamos si se trata de la música ligera, la más "despreciable" de todas las músicas. Si en algunos países ha habido cierta aproximación desde géneros cultos a su música ligera, por estas latitudes la cosa sigue muy cruda más allá de la reivindicación creciente de la antes denostada copla. Todo este largo preámbulo viene a propósito de la figura de Augusto Algueró, ahora que ha tenido que morirse para ser recordado e incluso venerado por muchos de los guardianes de las esencias musicales españolas.
Los italianos, los brasileños, los franceses no sé cansan de hacer versiones de aquellos maravillosos temas que formando parte de su patrimonio musical también son un fragmento de su patrimonio sentimental. No digamos los estadounidenses con sus hermosas melodías nacidas en sus poderosos supermercados de Broadway o Hollywood. Es triste pensar que un tema tan extraordinario como "Tómbola" solo cuente con algunas edulcoradas versiones pop y nadie, que yo sepa, le haya dado un toque, por ejemplo, más jazzístico.
Todos los que odien a Marisol quedan excusados de ver el vídeo siguiente:
Monna Bell fue una cantante chilena que obtuvo un enorme éxito en todo el mundo incluyendo Nueva York a finales de los 50 incluso versioneando en español el Only You de The Platters. Se radicó en España a principios de los 60 y fue una de las pioneras del nuevo pop español. Aquí la tenemos interpretando un fragmento de uno de los grandes clásicos de Augusto Algueró.
Creo que el final es obligado y además aunque os pese, no podría evitarlo:
En su biografía sobre Thelonious Monk, dice Laurent De Wilde, que no se puede decir que el músico tuviese manos de pianista. En cambio las manos de Keith Jarrett son “ a la vez delicadas y musculadas, ágiles y poderosas, como las de un atleta. Nerviosas, sensibles, potentes, artistas. A veces dudosas ante el teclado. Pero de una forma tan instintiva que no abandonan jamás la seguridad de su búsqueda".
Dice luego de las manos de Bud Powell: “sus fabulosos dedos como espátulas que parece que acarician las teclas, más que pulsarlas, con la parte carnosa de los dedos, sin el más mínimo signo de fatiga”
Para De Wilde, las manos de Oscar Peterson son dos inmensos sistemas mecánicos que parecen cubrir todo el teclado.
"Las manos de Bill Evans, perfectamente atentas, sin un gesto inútil, siempre cerca de las teclas, como si fuera a extraer una savia fina y constante"
En cambio la mano de Monk "es como una palma dividida en cinco, donde cada dedo termina con una uña extraordinaria en punta...La mano de Monk no parece hecha para encerrarse en un puño y una fuerza invisible parece que le obligue a estirarse rígida. Además los dedos no se separan demasiado entre ellos. Les gusta mantenerse unidos... Y en las manos, anillos. A veces uno en cada mano, pero siempre en el anular izquierdo el famoso anillo donde pone Monk... Son manos paradójicas, manos que uno consideraría groseras, pero que con una delicadeza infinita, pueden sujetar una mosca por las alas."
Mientras los chicos del nuevo jazz salían de sus humeantes tugurios en Harlem y encontraban la nueva tierra prometida en la calle 52, la calle del swing; al otro lado del país, en Los Ángeles, un jovencísimo pianista y cantante texano, excombatiente condecorado en la batalla de Filipinas, grababa sus primeros discos en una desconocida compañía llamada Aladdin Records.
Boogie woogie en estado puro para los tiempos duros de postguerra. Un poco de alegría después de tanta infelicidad. Su primer gran éxito fue este “Down the Road a Piece” de 1946. Amos Milburn, con su irresistible sonido, siempre fue considerado un pionero del rock and roll pero nunca estuvo tan cerca como en este primer hit. Luego llegarían otros de importancia crucial en el desarrollo del mejor rhythm and blues de la época. Su Chicken Shack Boogie, un jump blues de 1947 en las más pura ortodoxia del género, tuvo tal éxito que podría haberle permitido vivir de sus rentas el resto de su vida. Aunque en el vídeo el sonido es deficiente, merece la pena ver como este hombre se desenvolvía en un escenario.
Siguieron los éxitos y en 1949 una encuesta de la influyente Billboard entre los programadores musicales del todo el país, lo considera como el mejor intérprete de r&b del momento. Es un año triunfal y cuatro de sus temas ocupan los primeros lugares de las listas. Realiza giras por todo el país con otros grande artistas del género y la pequeña compañía discográfica crece y se enriquece hasta el punto de poder llevar a su catálogo a grandes artistas como Billie Holiday. 1950, el año de "Bad, Bad Whiskey".
No es que Amos se convirtieran en cosechero, bodeguero o barman. Tampoco era especialmente aficionado al alcohol teniendo en cuenta los parámetros de la época; pero encontró, o más bien sus productores encontraron, todo un filón en los temas dedicados al alcohol y ya se sabe que aquella gente no soltaba un filón hasta dejarlo exhausto. En esta faceta espiritosa su gran tema es "One Scotch, One Bourbon, One Beer", que se convirtió pronto en un standard del blues de Chicago y que cuenta con una versión inmensa del gran John Lee Hooker.
No es casualidad que Amos se acercara al blues a mediados de los 50. En realidad, nunca había abandonado ese territorio, que era en el que siempre se había amamantado. Fueron años difíciles para aquellos pioneros, el rock asomaba su cabeza exigente por la puerta y quería par él todo el espacio disponible en la música popular afroamericana. Las ventas empiezan a caer y Aladdin entra en crisis. Después de 11 años, Amos rompe con su compañía de siempre e intenta seguir con su carrera. No tiene éxito apenas y aunque ficha por la Motown en los 60, el que consigue es a través de la reedición de sus viejos temas, más populares en otras voces. Amos Milburn muere en 1980 tras múltiples problemas cardíacos. Solo tenía 53 años.
La muerte, esa zorra insaciable, se ha llevado a otro de los nuestros. Gerry Rafferty nació en una familia escocesa extremadamente humilde, trabajó duro desde muy joven y emigró a Londres en busca de éxito donde empezó su carrera cantando en el metro. Allí conocido a otros artistas callejeros y formó parte de The Humblebums. Tras la separación del grupo a principios de los 70, formó con Joe Egan otro grupo de folk rock llamado Stealers Wheel con los que realizó grabaciones de relativo éxito como Stuck in the Middle, un tema inmortalizado en la película Reservoir Dogs de Quentin Tarantino. El éxito no impidió que el grupo saltase en mil pedazos y Gerry, por problemas con su contrato discográfico, no pudo realizar ninguna grabación en los siguientes tres años. Aprovechó el tiempo. Cuando el mundo musical empezaba a experimentar los temblores del terremoto punk y el resto seguía de bailoteo bajo enormes esferas plateadas contagiado por el ritmo alegre y bullicioso de la música disco, Gerry tomo aire, se impulsó hacia adelante y se lanzó de nuevo a la aventura musical con City to City un disco que contenía una de las más soberanas creaciones musicales de los 70 y para mí, una de las más emotivas de la música pop de siempre. Una rompecascarones, en definitiva. Todos recordamos eso solo de saxo del músico de estudio Raphael Ravenscroft, aunque es todo en su conjunto -letra, música e interpretación- lo que nos estremece o al menos a este servidor. Pasó lo que pasa tantas veces: tras la llegada a la cumbre solo queda el descenso hacia un horizonte de recuerdos y buenas regalías económicas que nunca son suficiente alivio cuando ya no se puede volver a volar tan arriba.
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