
Esta es la segunda ocasión en la que escribo sobre aquel momento. La otra fue en el Círculo de los Suicidas Perezosos. El motivo de repetirlo, es que hoy se cumple un aniversario más, esta vez el 48, de un acontecimiento musical que tuvo lugar un domingo de junio en la ciudad de Nueva York.
El 25 de junio de 1961 el trío de Bill Evans grabó el muy celebrado Sunday of the Village Vanguard, uno de esos discos mágicos en la siempre mágica historia del jazz:
Por aquel entonces su líder, Bill Evans -prototípica su imagen de la época en el que mas parece un aplicado profesor universitario- era un pianista de gran prestigio tras su paso por el sexteto de Miles Davis y sus tres discos bajo su nombre. En su trío estaban: Scott LaFaro, que con 25 años era la gran esperanza blanca al contrabajo y el eficaz batería Paul Motian. Ya antes de estas sesiones, el grupo había alcanzado una solidez y conjunción extraordinarias incluso para lo que se estilaba en aquellos tiempos de esplendor jazzístico.
El Village Vanguard fue testigo de aquella jornada que entregó al mundo, después de dos sesiones de mañana y tres de tarde, la que para algunos críticos es la mejor grabación de jazz en concierto de todos los tiempos, cosa
Veintiocho temas portentosos para un grupo irrepetible. Solo diez días más tarde, Scott LaFaro , fallecía en accidente de tráfico cuando volvía del Festival de Newport.
De los tres discos que dan cuenta de estas grabaciones, el primero Sunday at the Village Vanguard, se publicó al poco de la muerte de LaFaro y por ello cuenta con temas que destacan las cualidades solistas del malogrado contrabajista. Los posteriores son: Waltz for Debby -que lleva el título del tema más clásico del pianista - y More From the Vanguard.
Se ha hablado mucho del despliegue de talento en aquella sesiones históricas.Una auténtica revolución musical en el que el piano de Bill Evans parece alcanzar ese toque definitivamente rapsódico que le valió el sobrenombre de "poeta del jazz", apelativo que compartió con otros intérpretes, pero que quizás sólo él merecía llevar. Por su parte, Scott LaFaro, se atreve a compartir protagonismo con el piano creando así un diálogo insólito e identificable. Por su parte, la batería de Paul Motian, prescindiendo de toda su artillería pesada, se conforma con un minimalismo expresivo que retoca las piezas dándoles una cadencia subyugante.
Al fondo, se oyen murmullos, risas, y el sonido de las copas. Una algarabía que no perturba lo que ocurre en el escenario;muy al contrario, lo sitúa en un contexto real, un tiempo y un lugar. El último invitado a la ceremonia es el silencio, colándose por los intersticios del sonido y ofreciéndose como un todo sobre el que se proyecta la música que adquiere bajo su influencia una solidez y relieve inesperados.
Se ha hablado mucho del despliegue de talento en aquella sesiones históricas.Una auténtica revolución musical en el que el piano de Bill Evans parece alcanzar ese toque definitivamente rapsódico que le valió el sobrenombre de "poeta del jazz", apelativo que compartió con otros intérpretes, pero que quizás sólo él merecía llevar. Por su parte, Scott LaFaro, se atreve a compartir protagonismo con el piano creando así un diálogo insólito e identificable. Por su parte, la batería de Paul Motian, prescindiendo de toda su artillería pesada, se conforma con un minimalismo expresivo que retoca las piezas dándoles una cadencia subyugante.
Al fondo, se oyen murmullos, risas, y el sonido de las copas. Una algarabía que no perturba lo que ocurre en el escenario;muy al contrario, lo sitúa en un contexto real, un tiempo y un lugar. El último invitado a la ceremonia es el silencio, colándose por los intersticios del sonido y ofreciéndose como un todo sobre el que se proyecta la música que adquiere bajo su influencia una solidez y relieve inesperados.
48 años después, esta música sigue derramando historias nuevas cada vez que se escucha. Es un canto a la belleza, la belleza que emociona, la que le da sentido a la vida.